Tiempo de curar y de consolar

Mar 26 de 2020 0

El autor afirma que es necesario detener nuestro hiperconsumismo atroz y cita la frase de Alexis de Tocqueville que dice que “desde el momento que los hombres pierden la esperanza de vivir una eternidad, están dispuestos a obrar como si sólo fueran a durar un día”.

El Profesor David Suárez Quintanilla aborda diversos ángulos y repercusiones de la pandemia del coronavirus, advirtiendo de que la detención de las actividades odontológicas a nivel mundial puede ser el fin de muchas clínicas y el despido de muchos profesionales.

  LA ODONTOLOGIA EN TIEMPOS DE CORONAVIRUS  

"No es momento de enunciar errores o buscar culpabilidades sino de prevenir, curar y, en el peor de los casos, consolar". 

No existen calificativos para lo que está ocurriendo en nuestro mundo por la infección del COVID-19, y recalco lo de nuestro mundo como contraposición al otro mundo de la malaria, el dengue, la diarrea, la tuberculosis o la tripanosomiasis.

Parece como si, en unas pocas semanas, la base de nuestra pirámide de Maslow, de necesidades fisiológicas, seguridad, estabilidad laboral e integración social, se ha derrumbado. La hipertrofia social de los pisos superiores de la pirámide, realización personal, derecho a la identidad e imagen personal, ha hecho más impactante su caída. Las calles vacías de las grandes ciudades y el despliegue del ejército crean un paisaje orwelliano a medio camino entre la guerra de los mundos y 1984.

Nadie se podía imaginar esto hace unos días, ni nadie estaba preparado para que esto ocurriera en este edulcorado imperio de lo efímero en que vivimos y gozamos, parafraseando a Gilles Lipovetsky. La parada y la reflexión se han impuesto vía cuarentena y también el recorte de los exigidos derechos individuales en aras del bien común. No es momento de enunciar errores o buscar culpabilidades sino de prevenir, curar y, en el peor de los casos, consolar.

Estamos inmersos en la guerra mundial de nuestra generación, nunca mejor dicho, una nueva guerra de las pulgas, entendida como tácticas puestas en práctica para desarrollar una estrategia guerrillera de acoso constante y ataques mortíferos, solo vencida con la contrainsurgencia.

Es como la pelea entre un elefante y un tigre. Si el tigre se queda quieto el elefante lo aplastará; pero éste nunca lo hace y saltará sobre el lomo del elefante arrancándole grandes trozos de carne para esconderse después en la jungla. Así, el elefante morirá desangrado. Los soldados americanos sufrieron en Vietnam esta guerra de las pulgas, era imposible identificar a un enemigo que parecía reproducirse por doquier y que minaba el espíritu, la moral y la vida de un ejército perdido en un medio hostil.

Esa imagen del perro debilitado por millares de picaduras de pulgas es la que me asalta cuando pienso en Europa. No creo en teorías paranoicas donde el virus procede de un desalmado laboratorio secreto, nos tenemos que ir acostumbrando a estas situaciones, si bien urge extremar la prohibición en Asia de consumir con fines propedéuticos animales salvajes o sus apéndices. El hotel donde acostumbro a estar en Hong Kong cuando voy a dar cursos, está rodeado de tiendas de medicina tradicional china donde se vende a granel todo tipo de extrañas criaturas, algas, esponjas, raíces y plantas. Sabemos, por ejemplo, que algunos tipos de coronavirus residen de forma habitual en murciélagos, que desecados, se venden en la tienda enfrente a mi hotel. Sí me llama la atención la falta de anticipación y protocolos de actuación sobre una pandemia que todos, repito, todos los expertos (sean epidemiólogos, virólogos, microbiólogos, etc.) sabían que iba a pasar (y hablo de conversaciones con compañeros catedráticos de medicina de mi universidad o de conferencias en la Real Academia de Medicina de Galicia). Recuerdo, por ejemplo, un acto en el Parlamento de Galicia sobre la famosa Gripe Española, donde específicamente se preguntó a varios de los expertos intervinientes sobre este tema, la posibilidad de que esa pandemia se repitiera. A los españoles, no sin razón, nos encanta echar la culpa a los políticos; en este caso, creo que el fallo principal, al menos el inicial, fue de los asesores (véase las dramáticas palabras del político italiano Matteo Renzi, que aconsejó a España no perder tiempo en tomar medidas de emergencia).

"Ya no hay infectados e infectadas, porque en tiempos de crisis vital las idioteces no se estilan". 

La capacidad de contagio del virus, muy superior al de la gripe convencional, ha roto todas las previsiones. También esta contagiabilidad ha sorprendido a los dentistas, a mí el primero, y quizás no hemos sido demasiado conscientes de que debíamos de cerrar de inmediato todas nuestras consultas, ya que las teóricas urgencias, nunca vitales, no compensaban el altísimo riesgo de contagio (por la distancia de trabajo, uso de aerosoles).

A las instituciones colegiales y al propio ministerio de sanidad le cogió un poco el toro por los cuernos en el tema de las clínicas de odontología, creando discrepancias y críticas entre los distintos colegios de odontólogos de España. Esperemos que este parón odontológico mundial sin precedentes no sea el final de muchas clínicas de odontología o el despido masivo de profesionales que trabajan en las grandes cadenas de clínicas. Muchos compañeros, yo entre ellos, estamos abocados a adaptarnos financiera y laboralmente a esta nueva y trágica realidad. El futuro es incierto y va a remodelar un sector donde ya no se ataban perros con longanizas, como en tiempos pretéritos.

Hay que entender que la tragedia no habla tanto de muertes (dos tercios del total de fallecidos cuenta con 80 años o más y gran parte de los jóvenes más graves presentan patologías previas como leucemia) sino del colapso que sufre la estrella de la corona de nuestro estado de bienestar, la red sanitaria pública. Solo a partir de los 70 años las cifras de mortalidad se disparan a 5,24 y hasta el 18% en mayores de 80 años. El problema reside en la necesidad de ventilación asistida y en el espacio hospitalario necesario para ello. A medida que la pandemia se va extendiendo, más y más recursos se dedican a conocer el virus y la evolución de la enfermedad, incluso en los últimos días la Universidad Politécnica de Valencia ha establecido una modelización epidemiológica del COVID-19 muy exacta. Hay varios y recientes artículos de interés para nosotros, los dentistas, como la alta expresión del receptor ACE2 del virus en las células del epitelio oral (Hao Xu y colaboradores, Int J Oral Sci. 2020).

Es cierto que la población general ha cumplido estrictamente las normas de higiene más importantes (lavarse las manos, el móvil, la computadora personal y las gafas con abundante agua, jabón o alcohol, limpiar con lejía la mayor cantidad de superficies posibles, lavar la ropa personal y toallas con un programa de lavado no inferior a 40ºC y evitar contaminar por fómites, lavándolos con desinfectantes, teléfonos, mandos de televisión, material ofimático, grifos, pomos e interruptores, además de mantener una distancia de seguridad evitando el contacto cercano), pero es importante desarrollar de inmediato en la escuela una disciplina que enseñe a los niños a crear, de manera sencilla, todas estas barreras preventivas.

Es muy doloroso y trágico lo que está pasando y creo que va a tener dos grandes consecuencias contrapuestas, pero con un cierto vínculo de causalidad: una parte negativa, en forma de crisis económica apabullante (que todos esperamos se resuelva con una recuperación en forma de “V” lo más aguda posible), y otra positivamente dolorosa, de reflexión sobre nuestra sociedad y estilo de vida.

Me siento muy orgulloso de ser español y nuestra patria, como conjunto de aquellos que amamos España, siempre ha dado unas increíbles muestras de solidaridad y entrega al prójimo, de comunión con los que sufren (somos líderes en donaciones y transplantes, y hemos demostrado un ejemplar comportamiento tras las inundaciones, la tragedia del aceite de colza contaminado, los atentados del 11 marzo en Atocha, el terremoto de Lorca en Italia, la tragedia del tren Alvia en mi Compostela…).

"Los nacionalistas antiespañoles, aliados del coronavirus, han puesto en evidencia su bajeza intelectual y moral". 

El que no conoce la historia está condenado a repetir sus errores y esta es la esencia y grandeza de lo que siempre nos ha unido. España es el producto de la solidaridad que vemos estos días: todos cumpliendo a rajatabla el confinamiento domiciliario, los médicos y personal sanitario de toda índole comportándose como héroes en las trincheras de los hospitales y las UCI, cuerpos y fuerzas de seguridad del estado, bomberos y miles de funcionarios dándolo todo, olvidándose de horarios o remuneración de horas extras, y el vilipendiado ejército, por algunos de los que hoy forman el gobierno, demostrando una vez más su amor por España, que se traduce en la defensa de sus compatriotas.

En el otro extremo, están los nacionalistas antiespañoles, que, como aliados del coronavirus, han puesto en evidencia su bajeza intelectual y moral (pasando del “España nos roba” al “España nos infecta”) sin necesidad de ningún test diagnóstico.

Vienen tiempos difíciles, duros, de velar a los muertos, recomponer la economía y exigir responsabilidades. Pero nada volverá a ser igual.

El marco de referencia para la mayoría de nosotros ha cambiado, la visión de los políticos, la irresponsabilidad de las manifestaciones feministas, los nacionalismos periféricos, los médicos, el personal sanitario o el ejercito ya no tendrán la misma imagen y percepción por la ciudadanía, para mejor o peor, que antes de esta terrible crisis. Ya no hay infectados e infectadas, porque en tiempos de crisis vital las idioteces no se estilan.

El parón de la cuarentena casera y la obligada convivencia intensiva con nuestra familia nos ha obligado a hacer un punto y aparte en nuestra agitada vida profesional y social y nos ha hecho reflexionar. La posibilidad real de perder la vida o verse abocado a la ruina, también. Incluso en estos momentos de rezos y rogativas para muchos, se comprende la importancia de la filosofía, como ese inconcluso diagnóstico que intenta explicarnos el sentido de la vida, al menos de mí vida.

Ya no está entre nosotros el maestro Mario Bunge, recientemente fallecido, para hacer una aguda reflexión médico-filosófica sobre esta inabarcable tragedia de la humanidad. Mi compañero de Real Academia de Medicina, el eminente psiquiatra Luis Ferrer i Balsebre hace en la prensa de Galicia una lúcida reflexión sobre el cambio de paradigma que esta pandemia va a producir en nuestro mundo. El concepto de servosistema, que nosotros utilizamos en ortodoncia como constructo para explicar el crecimiento dentofacial (véanse los trabajos de Alexander Pétrovic sobre la propiocepción oclusal como comparador periférico), los enmarca el biólogo alemán Ludwig von Bertalanffy dentro de la Teoría General de los Sistemas. Si unimos la idea de Bertalanffy con la de James Lovelock, y su hipótesis de Gaia, empezaremos a vislumbrar el papel del COVID-19 en todo esto. Que todos vamos flotando y girando a gran velocidad por el espacio, más solos que la una, y alejados a muchos años luz de cualquier forma de vida inteligente similar a la nuestra, es una realidad sobre la que cumple reflexionar: o todos nos salvamos o nadie se salva.

No se trata solo de salvar al planeta, sino de hacer una profunda reflexión sobre nuestro estilo y forma de vida. Creo que el ecologismo radical abanderado por la izquierda ha hecho mucho daño a la sensatez y ha creado un cierto rechazo en gran parte de la población ante posturas maximalistas. Decir que la tierra, en la que está incluida nuestra sociedad, es un super-organismo que modifica activamente su composición interna para asegurar su supervivencia es una auténtica obviedad. La epigenética en las abejas melíferas o recientes experimentos sobre la inteligencia de las plantas (los trabajos de Mónica Gagliano de la Universidad de Australia Occidental) no dejan muchas dudas al respecto. Así como nosotros nos comportemos con esta supraestructura, en la que somos sujetos activos y pasivos, así reaccionará su servosistema tratado de adaptar su regulación para una mejor supervivencia. No se trata de buscar una etiología de pecado o culpabilidad a esta pandemia, pero sí de encender una bombilla para la reflexión. Paremos nuestra alocada vida, nuestro hiperconsumismo atroz, reflexionemos con Tocqueville, “desde el momento que los hombres pierden la esperanza de vivir una eternidad, están dispuestos a obrar como si sólo fueran a durar un día”.

Pasado el brote estacional de este maldito virus será momento de reflexionar sobre la adecuación de nuestra vida a la felicidad. Porque tenemos la imperiosa obligación de ser felices, tratando de hacer felices a los demás. La felicidad no es una opción en nuestra vida; es la opción. Como apuntaba Albert Camus, el error consiste en creer que existen condiciones para la felicidad. Lo único que importa es la voluntad de ser feliz. En su genial Mito de Sísifo, el ser mitológico condenado en el averno a empujar eternamente una roca que acaba rodando sin cesar una y otra vez, Camus afirma: “Todo el gozo silencioso de Sísifo consiste en eso: su destino le pertenece, su roca es todo lo que posee. La lucha por alcanzar las cimas basta para llenar el corazón de un hombre. Hay que imaginar a Sísifo feliz.”

La trágica realidad de estos días, rodeada de enfermedad, muerte y aislamiento, nos ayudará a comprender la obligación que tenemos de ser felices en los momentos de normalidad (en el sentido Kuhniano del término) Entendamos la felicidad del día a día y sino podemos tener lo que deseamos, deseemos lo que tenemos; al fin y al cabo, nuestro goce y disfrute está en nosotros mismos, en la calidad de nuestros pensamientos.

Pero si ahora debemos de ser más estoicos, y cuando todo esto pase más epicúreos, como gozadores de las pequeñas cosas que la vida nos ofrece todos los días, también hemos de ser el tábano socrático que muerda la política española e investigue y denuncie el comportamiento de cada cual en esta crisis. Los españoles debemos de cercenar, como se hace con un miembro gangrenado, a los que conspiran, abierta o veladamente contra España, que repito, no es un ente abstracto o la rancia ensoñación de los nacionalistas españoles populistas de nuevo cuño, sino el conjunto de todos los ciudadanos que han dado un ejemplo de solidaridad, comunión y amor por sus semejantes. Hemos sido, somos y seremos un gran país.

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El Profesor y Doctor David Suárez Quintanilla es catedrático de Ortodoncia en la Universidad de Santiago de Compostela (España), creador de la Técnica SWLF (Straight Wire Low Friction) y autor del libro "Ortodoncia. Eficiencia Clínica y Evidencia Científica”.

 Fuente: Dental Tribune

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